jueves, 15 de diciembre de 2011

Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey en las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribó sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días y le dijo: "¡Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muerte el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que te veden el paso".
Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con Aquel que no muere.

Jorge Luis Borges  El Aleph

lunes, 12 de diciembre de 2011

Imagina por un momento que todo lo que vives es una farsa. Tienes tres segundos para imbuirte en ese pensamiento. Todo lo que conoces, lo que hueles, lo que ves e incluso lo que sueñas. Todo, desde el perro que, cada mañana, está en la esquina de tu calle esperando silencioso a que pase algún coche para perseguirlo, hasta el más pequeño de los pensamientos que recorre en forma de eléctricos golpes tu cerebro. Todo eso, es una farsa.
Si eso fuera así, ¿qué harías? ¿dejarías de hacer lo que haces, sentir lo que sientes o soñar lo que sueñas?
Si eso fuera así, ¿qué sentido tendría preguntarse todo esto?
Todo es una farsa. Tú y yo, también, por supuesto.