Recuerdas perfectamente cuando tenías dieciocho años y querías comerte el mundo a grandes bocados, con la boca abierta hasta que te doliera y apretando y tirando bien fuerte con tus dientes nuevos. El mundo había dado pocas vueltas y los problemas que llevabas en tu vida habían sido meras piedras en el camino que habías sorteado sin mucha dificultad. Entonces, grandes pedruscos afilados que cortaban con sólo mirarlos.
Luchaste, o creías que luchabas por cambiar las cosas que te parecían injustas y superficiales, porque tú, ya lo sabías todo.
¡JA! Y una mierda, pequeño ser pretencioso. No sabías nada.
Fuerza no te faltó nunca y rabia.
Ahora ha pasado el tiempo y, cada vez que recuerdas tu forma de actuar en determinadas situaciones, ríes y mueves la cabeza de lado a lado.
Ha llegado el punto en que todas esas acciones han cobrado su efecto, positivo o negativo, no importa, pero te han transformado en una persona totalmente diferente a lo que eras. Ahora piensas, igual que antes, pero de un modo más racional, desde la distancia y analizando con más profundidad las cosas. No quiere decir que de una forma más seria, sino más bien desde el punto de vista de la conciencia que has ido creando en 5 años.
Has aprendido a reírte del mundo y a asumir que aquello por lo que luchabas e intentabas cambiar está bien, pero que el verdadero cambio debe empezar en uno mismo.
Las cosas que en ese momento considerabas inamovibles, hoy, no tienen valía alguna. Leyes que considerabas inquebrantables, hoy, son pisoteadas y destripadas sin perdón.
Al fin y al cabo, dirán algunos, son sólo palabras, amistad, lealtad, amor, lucha, siempre...
Las palabras no mienten. Lo sabes mejor que yo. El que miente asiduamente eres tú.
¿Te has preguntado alguna vez a cuánta gente has fallado a lo largo de tu insignificante vida?
Constantemente, lo sé. A mucha, lo sé. No dejarás de hacerlo, lo sé.
Tienes que vivir con ello, sino, muérete ahora mismo.