martes, 5 de julio de 2011

El liberalismo llegó como llegan las cosas que más repercusión causan, sin darnos cuenta. Llegó cargado de regalos para todos, conocimiento, palabra, felicidad y decisión, pero vino de la mano de una sociedad incapaz de comprenderlo. Y lo que un día significó avance, hoy significa retroceso. Y la culpa no es suya, no. El liberalismo llegó sonriente al patio de un colegio repleto de niños egoístas que simplemente querían jugar con él por ser el nuevo. Aprovecharon la situación para jugar con sus nuevos juguetes, relucientes y de otros materiales. Pero, ¿Qué pasó cuando las manos sucias de barro tocaron esos maravillosos y brillantes juguetes durante horas? Que poco a poco se fueron rompiendo, deteriorando y perdiendo el color. 

Qué bien se lo pasaron con esos juguetes, corrieron, saltaron, bailaron, hasta que dejaron de ser novedad, hasta que las ruedas de los coches se salieron de sus ejes, y perdió toda la gracia. Qué fácil hubiera sido arreglar aquellas ruedas en un primer momento. Pero no, eso llevaba mucho trabajo. Una vez los juguetes quedaron obsoletos y desgastados, los niños empezaron a dar de lado a su nuevo amigo, robándole las piezas aún útiles de sus juguetes, aquellas más resistentes, las más punzantes, afiladas y robustas y empezaron a pinchar al liberalismo. 

Esos niños se convirtieron en adultos, guiando su vida mediante lo que aprendieron con las piezas que pudieron salvar. Y dio paso a una retrospección intermitente hacia la sociedad de la picaresca. 

No, no fue culpa del liberalismo, la culpa fue de los niños. 

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