lunes, 12 de diciembre de 2011

Imagina por un momento que todo lo que vives es una farsa. Tienes tres segundos para imbuirte en ese pensamiento. Todo lo que conoces, lo que hueles, lo que ves e incluso lo que sueñas. Todo, desde el perro que, cada mañana, está en la esquina de tu calle esperando silencioso a que pase algún coche para perseguirlo, hasta el más pequeño de los pensamientos que recorre en forma de eléctricos golpes tu cerebro. Todo eso, es una farsa.
Si eso fuera así, ¿qué harías? ¿dejarías de hacer lo que haces, sentir lo que sientes o soñar lo que sueñas?
Si eso fuera así, ¿qué sentido tendría preguntarse todo esto?
Todo es una farsa. Tú y yo, también, por supuesto.

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